Se celebró en todo el mundo el 11 de
febrero. En la Argentina se celebrará el próximo 9 de noviembre.
Queridos hermanos y hermanas:
1. El 11 de febrero, memoria
litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra la Jornada mundial del
enfermo, ocasión propicia para reflexionar sobre el sentido del dolor y sobre el
deber cristiano de salir a su encuentro en cualquier circunstancia que se
presente. Este año, en esa fecha coinciden dos importantes acontecimientos para
la vida de la Iglesia, como se puede apreciar ya en el tema elegido —"La
Eucaristía, Lourdes y la atención pastoral a los enfermos"—: el 150° aniversario
de las apariciones de la Inmaculada en Lourdes y la celebración del Congreso
eucarístico internacional en Quebec (Canadá). De ese modo se brinda una ocasión
singular para considerar la íntima unión que existe entre el misterio
eucarístico, el papel de María en el plan salvífico y la realidad del dolor y
del sufrimiento del hombre.
El 150° aniversario de las
apariciones de Lourdes nos invita a dirigir la mirada hacia la Virgen santísima,
cuya Inmaculada Concepción constituye el don sublime y gratuito de Dios a una
mujer, para que pudiera adherirse plenamente a los designios divinos con fe
firme e inquebrantable, a pesar de las pruebas y los sufrimientos que debía
afrontar.
Por eso, María es modelo de abandono
total a la voluntad de Dios: acogió en su corazón al Verbo eterno y lo concibió
en su seno virginal; se fió de Dios y, con el alma traspasada por la espada del
dolor (cf. Lc 2, 35), no dudó en compartir la pasión de su Hijo, renovando en el
Calvario, al pie de la cruz, el "sí" de la Anunciación.
Meditar en la Inmaculada Concepción
de María es, por consiguiente, dejarse atraer por el "sí" que la unió
admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la humanidad; es dejarse asir
y guiar por su mano, para pronunciar el mismo fiat a la voluntad de Dios con
toda la existencia entretejida de alegrías y tristezas, de esperanzas y
desilusiones, convencidos de que las pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un
sentido profundo a nuestra peregrinación en la tierra.
2. No se puede contemplar a María
sin ser atraídos por Cristo y no se puede mirar a Cristo sin descubrir
inmediatamente la presencia de María. Existe un nexo inseparable entre la Madre
y el Hijo engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vínculo lo
percibimos, de manera misteriosa, en el sacramento de la Eucaristía, como
pusieron de relieve desde los primeros siglos los Padres de la Iglesia y los
teólogos.
«La carne nacida de María,
procediendo del Espíritu Santo, es el pan bajado del cielo», afirma san Hilario
de Poitiers; y en el Sacramentario Bergomense, del siglo IX, leemos: «Su seno
hizo florecer un fruto, un pan que nos ha colmado de un don angélico. María
restituyó a la salvación lo que Eva destruyó con su culpa». Asimismo, san Pedro
Damián dice: «Aquel cuerpo que la santísima Virgen engendró y alimentó en su
seno con solicitud materna, aquel cuerpo sin duda, y no otro, ahora lo recibimos
en el sagrado altar y bebemos la sangre como sacramento de nuestra redención.
Esto es lo que nos dice la fe católica; esto es lo que enseña fielmente la santa
Iglesia».
El vínculo de la Virgen santísima
con su Hijo, Cordero inmolado que quita el pecado del mundo, se extiende a la
Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Como afirma el siervo de Dios Juan Pablo II,
María es «mujer eucarística» con toda su vida, por lo cual la Iglesia,
contemplándola a ella como su modelo, «ha de imitarla también en su relación con
este santísimo Misterio» (Ecclesia de Eucharistia, 53).
Desde esta perspectiva se comprende
mucho mejor por qué en Lourdes el culto a la santísima Virgen María va unido a
un fuerte y constante culto a la Eucaristía, con celebraciones eucarísticas
diarias, con la adoración del santísimo Sacramento y la bendición a los
enfermos, que constituye uno de los momentos más fuertes de la visita de los
peregrinos a la gruta de Massabielle.
La presencia en Lourdes de muchos
peregrinos enfermos y de voluntarios que los acompañan ayuda a reflexionar sobre
la solicitud materna y tierna que la Virgen manifiesta con respecto al dolor y a
los sufrimientos del hombre. La comunidad cristiana siente que María, Mater
dolorosa, asociada al sacrificio de Cristo, sufriendo al pie de la cruz con su
Hijo divino, está particularmente cerca de ella cuando se congrega en torno a
sus miembros que sufren, llevando los signos de la pasión del Señor.
María sufre con quienes pasan por la
prueba, con ellos espera y es su consuelo, sosteniéndolos con su ayuda materna.
¿No es verdad que la experiencia espiritual de tantos enfermos lleva a
comprender cada vez más que «el divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de
todo paciente a través del corazón de su Madre santísima, primicia y vértice de
todos los redimidos» (Salvifici doloris, 26).
3. Si Lourdes nos impulsa a meditar
en el amor materno de la Virgen Inmaculada por sus hijos enfermos y que sufren,
el próximo Congreso eucarístico internacional será ocasión para adorar a
Jesucristo presente en el Sacramento del altar, para encomendarnos a él como
Esperanza que no defrauda y para recibirlo como medicina de inmortalidad que
cura el cuerpo y el alma.
Jesucristo redimió al mundo con su
sufrimiento, con su muerte y resurrección, y quiso quedarse con nosotros como
"pan de vida" en nuestra peregrinación terrena. El tema del Congreso
eucarístico, «La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo», subraya que la
Eucaristía es el don que el Padre hace al mundo de su único Hijo, encarnado y
crucificado. Él es quien nos reúne en torno a la mesa eucarística, suscitando en
sus discípulos una solicitud amorosa en favor de los que sufren y los enfermos,
en los que la comunidad cristiana reconoce el rostro de su Señor.
Como puse de relieve en la
exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, «nuestras comunidades,
cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el
sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo
el que cree en él a hacerse "pan partido" para los demás» (n. 88). Esto nos
estimula a servir personalmente a los hermanos, en especial a los que atraviesan
dificultades, pues en realidad la vocación de todo cristiano consiste en ser,
como Jesús, pan partido para la vida del mundo.
4. Así pues, es evidente que la
pastoral de la salud encuentra precisamente en la Eucaristía la fuerza
espiritual necesaria para socorrer de forma eficaz al hombre y para ayudarle a
comprender el valor salvífico de su sufrimiento. Como dijo el siervo de Dios
Juan Pablo II en la citada carta apostólica Salvifici doloris, la Iglesia ve en
los hermanos y hermanas que sufren «como un sujeto múltiple de la fuerza
sobrenatural» de Cristo (cf. n. 27).
El hombre que sufre con amor y con
dócil abandono a la voluntad divina, unido misteriosamente a Cristo, se
transforma en ofrenda viva para la salvación del mundo. Mi amado predecesor
afirmó también que «cuanto más se siente el hombre amenazado por el pecado que
lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande es la elocuencia que posee en sí
el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al
valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo» (ib.).
Por consiguiente, si en Quebec se
contempla el misterio de la Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo, en
la Jornada mundial del enfermo, con un paralelismo espiritual ideal, no sólo se
celebra la efectiva participación del sufrimiento humano en la obra salvífica de
Dios, sino que también se puede gozar, en cierto sentido, de los extraordinarios
frutos prometidos a quienes creen. Así, el dolor, acogido con fe, se convierte
en la puerta para entrar en el misterio del sufrimiento redentor de Jesús y para
llegar con él a la paz y a la felicidad de su resurrección.
5. A la vez que dirijo mi cordial
saludo a todos los enfermos y a quienes los atienden de diversas maneras, invito
a las comunidades diocesanas y parroquiales a celebrar la próxima Jornada
mundial del enfermo valorando plenamente la feliz coincidencia del 150°
aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes y el Congreso
eucarístico internacional.
Se trata de una ocasión para
subrayar la importancia de la santa misa, de la adoración eucarística y del
culto a la Eucaristía, haciendo que las capillas en los centros de salud se
transformen en el corazón palpitante en el que Jesús se ofrece incesantemente al
Padre para la vida de la humanidad. También la distribución de la Eucaristía a
los enfermos, hecha con decoro y espíritu de oración, es verdadero consuelo para
quienes sufren por cualquier forma de enfermedad.
La próxima Jornada mundial del
enfermo ha de ser, además, una circunstancia propicia para invocar de modo
especial la protección materna de María sobre quienes se encuentran probados por
la enfermedad, sobre los agentes sanitarios y sobre todos los que trabajan en la
pastoral de la salud. Pienso, en particular, en los sacerdotes comprometidos en
este campo, en las religiosas y en los religiosos, en los voluntarios y en todos
los que con una entrega efectiva se dedican a servir, en cuerpo y alma, a los
enfermos y a los necesitados.
Encomiendo a todos a María, Madre de
Dios y Madre nuestra, Inmaculada Concepción. Que ella ayude a cada uno a
testimoniar que la única respuesta válida al dolor y al sufrimiento humano es
Cristo, el cual al resucitar venció la muerte y nos dio la vida que no tiene
fin.
Con estos sentimientos, imparto de
corazón a todos una bendición apostólica especial.
Vaticano, 11 de enero de 2008
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