1 enero 2009
“Combatir la pobreza,
construir la paz”
1. También en este año nuevo
que comienza, deseo hacer llegar a todos mis mejores deseos de paz, e invitar
con este Mensaje a reflexionar sobre el tema: Combatir la pobreza, construir la
paz. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, en el Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz de 1993, subrayó ya las repercusiones negativas que la situación de
pobreza de poblaciones enteras acaba teniendo sobre la paz. En efecto, la
pobreza se encuentra frecuentemente entre los factores que favorecen o agravan
los conflictos, incluidas la contiendas armadas. Estas últimas alimentan a su
vez trágicas situaciones de penuria. "Se constata y se hace cada vez más grave
en el mundo –escribió Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas
personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema
pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso
en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se
plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se
encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y
comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad
mundial"[1].
2. En este cuadro, combatir
la pobreza implica considerar atentamente el fenómeno complejo de la
globalización. Esta consideración es importante ya desde el punto de vista
metodológico, pues invita a tener en cuenta el fruto de las investigaciones
realizadas por los economistas y sociólogos sobre tantos aspectos de la pobreza.
Pero la referencia a la globalización debería abarcar también la dimensión
espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la perspectiva de que
todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación de construir una
sola familia en la que todos –personas, pueblos y naciones– se comporten
siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad.
En dicha perspectiva se ha de
tener una visión amplia y articulada de la pobreza. Si ésta fuese únicamente
material, las ciencias sociales, que nos ayudan a medir los fenómenos basándose
sobre todo en datos de tipo cuantitativo, serían suficientes para iluminar sus
principales características. Sin embargo, sabemos que hay pobrezas inmateriales,
que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales. Por
ejemplo, en las sociedades ricas y desarrolladas existen fenómenos de
marginación, pobreza relacional, moral y espiritual: se trata de personas
desorientadas interiormente, aquejadas por formas diversas de malestar a pesar
de su bienestar económico. Pienso, por una parte, en el llamado "subdesarrollo
moral"[2] y, por otra, en las consecuencias negativas del "superdesarrollo"[3].
Tampoco olvido que, en las sociedades definidas como "pobres", el crecimiento
económico se ve frecuentemente entorpecido por impedimentos culturales, que no
permiten utilizar adecuadamente los recursos. De todos modos, es verdad que
cualquier forma de pobreza no asumida libremente tiene su raíz en la falta de
respeto por la dignidad trascendente de la persona humana. Cuando no se
considera al hombre en su vocación integral, y no se respetan las exigencias de
una verdadera "ecología humana"[4], se desencadenan también dinámicas perversas
de pobreza, como se pone claramente de manifiesto en algunos aspectos en los
cuales me detendré brevemente.
Pobreza e implicaciones
morales
3. La pobreza se pone a
menudo en relación con el crecimiento demográfico. Consiguientemente, se están
llevando a cabo campañas para reducir la natalidad en el ámbito internacional,
incluso con métodos que no respetan la dignidad de la mujer ni el derecho de los
cónyuges a elegir responsablemente el número de hijos [5] y, lo que es más grave
aún, frecuentemente ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de
millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza es, en
realidad, la eliminación de los seres humanos más pobres. A esto se opone el
hecho de que, en 1981, aproximadamente el 40% de la población mundial estaba por
debajo del umbral de la pobreza absoluta, mientras que hoy este porcentaje se ha
reducido sustancialmente a la mitad y numerosas poblaciones, caracterizadas, por
lo demás, por un notable incremento demográfico, han salido de la pobreza. El
dato apenas mencionado muestra claramente que habría recursos para resolver el
problema de la indigencia, incluso con un crecimiento de la población. Tampoco
hay que olvidar que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, la
población de la tierra ha crecido en cuatro mil millones y, en buena parte, este
fenómeno se produce en países que han aparecido recientemente en el escenario
internacional como nuevas potencias económicas, y han obtenido un rápido
desarrollo precisamente gracias al elevado número de sus habitantes. Además,
entre las naciones más avanzadas, las que tienen un mayor índice de natalidad
disfrutan de mejor potencial para el desarrollo. En otros términos, la población
se está confirmando como una riqueza y no como un factor de pobreza.
4. Otro aspecto que preocupa
son las enfermedades pandémicas, como por ejemplo, la malaria, la tuberculosis y
el sida que, en la medida en que afectan a los sectores productivos de la
población, tienen una gran influencia en el deterioro de las condiciones
generales del país. Los intentos de frenar las consecuencias de estas
enfermedades en la población no siempre logran resultados significativos.
Además, los países aquejados de dichas pandemias, a la hora de contrarrestarlas,
sufren los chantajes de quienes condicionan las ayudas económicas a la puesta en
práctica de políticas contrarias a la vida. Es difícil combatir sobre todo el
sida, causa dramática de pobreza, si no se afrontan los problemas morales con
los que está relacionada la difusión del virus. Es preciso, ante todo, emprender
campañas que eduquen especialmente a los jóvenes a una sexualidad plenamente
concorde con la dignidad de la persona; hay iniciativas en este sentido que ya
han dado resultados significativos, haciendo disminuir la propagación del virus.
Además, se requiere también que se pongan a disposición de las naciones pobres
las medicinas y tratamientos necesarios; esto exige fomentar decididamente la
investigación médica y las innovaciones terapéuticas, y aplicar con
flexibilidad, cuando sea necesario, las reglas internacionales sobre la
propiedad intelectual, con el fin de garantizar a todos la necesaria atención
sanitaria de base.
5. Un tercer aspecto en que
se ha de poner atención en los programas de lucha contra la pobreza, y que
muestra su intrínseca dimensión moral, es la pobreza de los niños. Cuando la
pobreza afecta a una familia, los niños son las víctimas más vulnerables: casi
la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Considerar la
pobreza poniéndose de parte de los niños impulsa a estimar como prioritarios los
objetivos que los conciernen más directamente como, por ejemplo, el cuidado de
las madres, la tarea educativa, el acceso a las vacunas, a las curas médicas y
al agua potable, la salvaguardia del medio ambiente y, sobre todo, el compromiso
en la defensa de la familia y de la estabilidad de las relaciones en su
interior. Cuando la familia se debilita, los daños recaen inevitablemente sobre
los niños. Donde no se tutela la dignidad de la mujer y de la madre, los más
afectados son principalmente los hijos.
6. Un cuarto aspecto que
merece particular atención desde el punto de vista moral es la relación entre el
desarme y el desarrollo. Es preocupante la magnitud global del gasto militar en
la actualidad. Como ya he tenido ocasión de subrayar, "los ingentes recursos
materiales y humanos empleados en gastos militares y en armamentos se sustraen a
los proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y
necesitados de ayuda. Y esto va contra lo que afirma la misma Carta de las
Naciones Unidas, que compromete a la comunidad internacional, y a los Estados en
particular, a “promover el establecimiento y el mantenimiento de la paz y de la
seguridad internacional con el mínimo dispendio de los recursos humanos y
económicos mundiales en armamentos” (art. 26)"[6].
Este estado de cosas, en vez
de facilitar, entorpece seriamente la consecución de los grandes objetivos de
desarrollo de la comunidad internacional. Además, un incremento excesivo del
gasto militar corre el riesgo de acelerar la carrera de armamentos, que provoca
bolsas de subdesarrollo y de desesperación, transformándose así,
paradójicamente, en factor de inestabilidad, tensión y conflictos. Como afirmó
sabiamente mi venerado Predecesor Pablo VI, "el desarrollo es el nuevo nombre de
la paz"[7]. Por tanto, los Estados están llamados a una seria reflexión sobre
los motivos más profundos de los conflictos, a menudo avivados por la
injusticia, y a afrontarlos con una valiente autocrítica. Si se alcanzara una
mejora de las relaciones, sería posible reducir los gastos en armamentos. Los
recursos ahorrados se podrían destinar a proyectos de desarrollo de las personas
y de los pueblos más pobres y necesitados: los esfuerzos prodigados en este
sentido son un compromiso por la paz dentro de la familia humana.
7. Un quinto aspecto de la
lucha contra la pobreza material se refiere a la actual crisis alimentaria, que
pone en peligro la satisfacción de las necesidades básicas. Esta crisis se
caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos, sino por las
dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por tanto, por la
falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de
afrontar las necesidades y emergencias. La malnutrición puede provocar también
graves daños psicofísicos a la población, privando a las personas de la energía
necesaria para salir, sin una ayuda especial, de su estado de pobreza. Esto
contribuye a ampliar la magnitud de las desigualdades, provocando reacciones que
pueden llegar a ser violentas. Todos los datos sobre el crecimiento de la
pobreza relativa en los últimos decenios indican un aumento de la diferencia
entre ricos y pobres. Sin duda, las causas principales de este fenómeno son, por
una parte, el cambio tecnológico, cuyos beneficios se concentran en el nivel más
alto de la distribución de la renta y, por otra, la evolución de los precios de
los productos industriales, que aumentan mucho más rápidamente que los precios
de los productos agrícolas y de las materias primas que poseen los países más
pobres. Resulta así que la mayor parte de la población de los países más pobres
sufre una doble marginación, beneficios más bajos y precios más altos.
Lucha contra la pobreza y
solidaridad global
8. Una de las vías maestras
para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran
familia humana[8]. Sin embargo, para guiar la globalización se necesita una
fuerte solidaridad global[9], tanto entre países ricos y países pobres, como
dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un "código ético común"[10],
cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la ley
natural inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano (cf. Rm
2,14-15). Cada uno de nosotros ¿no siente acaso en lo recóndito de su conciencia
la llamada a dar su propia contribución al bien común y a la paz social? La
globalización abate ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan
construir otras nuevas; acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y
en el tiempo no crea de suyo las condiciones para una comunión verdadera y una
auténtica paz. La marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar
instrumentos válidos de emancipación en la globalización si todo hombre se
siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las
violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas. La Iglesia, que es
"signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el
género humano"[11], continuará ofreciendo su aportación para que se superen las
injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un mundo más pacífico y
solidario.
9. En el campo del comercio
internacional y de las transacciones financieras, se están produciendo procesos
que permiten integrar positivamente las economías, contribuyendo a la mejora de
las condiciones generales; pero existen también procesos en sentido opuesto, que
dividen y marginan a los pueblos, creando peligrosas premisas para conflictos y
guerras. En los decenios sucesivos a la Segunda Guerra Mundial, el comercio
internacional de bienes y servicios ha crecido con extraordinaria rapidez, con
un dinamismo sin precedentes en la historia. Gran parte del comercio mundial se
ha centrado en los países de antigua industrialización, a los que se han añadido
de modo significativo muchos países emergentes, que han adquirido una cierta
relevancia. Sin embargo, hay otros países de renta baja que siguen estando
gravemente marginados respecto a los flujos comerciales. Su crecimiento se ha
resentido por la rápida disminución de los precios de las materias primas
registrada en las últimas décadas, que constituyen la casi totalidad de sus
exportaciones. En estos países, la mayoría africanos, la dependencia de las
exportaciones de las materias primas sigue siendo un fuerte factor de riesgo.
Quisiera renovar un llamamiento para que todos los países tengan las mismas
posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones
10. Se puede hacer una
reflexión parecida sobre las finanzas, que atañe a uno de los aspectos
principales del fenómeno de la globalización, gracias al desarrollo de la
electrónica y a las políticas de liberalización de los flujos de dinero entre
los diversos países. La función objetivamente más importante de las finanzas, el
sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto, el
desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil: se resiente de los efectos negativos
de un sistema de intercambios financieros –en el plano nacional y global– basado
en una lógica a muy corto plazo, que busca el incremento del valor de las
actividades financieras y se concentra en la gestión técnica de las diversas
formas de riesgo. La reciente crisis demuestra también que la actividad
financiera está guiada a veces por criterios meramente autorrefenciales, sin
consideración del bien común a largo plazo. La reducción de los objetivos de los
operadores financieros globales a un brevísimo plazo de tiempo reduce la
capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente entre el presente
y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas oportunidades de
producción y de trabajo a largo plazo. Una finanza restringida al corto o
cortísimo plazo llega a ser peligrosa para todos, también para quien logra
beneficiarse de ella durante las fases de euforia financiera[12].
11. De todo esto se desprende
que la lucha contra la pobreza requiere una cooperación tanto en el plano
económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional, y en
particular a los países pobres, descubrir y poner en práctica soluciones
coordinadas para afrontar dichos problemas, estableciendo un marco jurídico
eficaz para la economía. Exige también incentivos para crear instituciones
eficientes y participativas, así como ayudas para luchar contra la criminalidad
y promover una cultura de la legalidad. Por otro lado, es innegable que las
políticas marcadamente asistencialistas están en el origen de muchos fracasos en
la ayuda a los países pobres. Parece que, actualmente, el verdadero proyecto a
medio y largo plazo sea el invertir en la formación de las personas y en
desarrollar de manera integrada una cultura de la iniciativa. Si bien las
actividades económicas necesitan un contexto favorable para su desarrollo, esto
no significa que se deba distraer la atención de los problemas del beneficio.
Aunque se haya subrayado oportunamente que el aumento de la renta per capita no
puede ser el fin absoluto de la acción político-económica, no se ha de olvidar,
sin embargo, que ésta representa un instrumento importante para alcanzar el
objetivo de la lucha contra el hambre y la pobreza absoluta. Desde este punto de
vista, no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura
redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera
definitiva. En efecto, el valor de la riqueza en una economía moderna depende de
manera determinante de la capacidad de crear rédito presente y futuro. Por eso,
la creación de valor resulta un vínculo ineludible, que se debe tener en cuenta
si se quiere luchar de modo eficaz y duradero contra la pobreza material.
12. Finalmente, situar a los
pobres en el primer puesto comporta que se les dé un espacio adecuado para una
correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional,
una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y una
correcta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e
internacional. Los organismos internacionales mismos reconocen hoy la valía y la
ventaja de las iniciativas económicas de la sociedad civil o de las
administraciones locales para promover la emancipación y la inclusión en la
sociedad de las capas de población que a menudo se encuentran por debajo del
umbral de la pobreza extrema y a las que, al mismo tiempo, difícilmente pueden
llegar las ayudas oficiales. La historia del desarrollo económico del siglo XX
enseña cómo buenas políticas de desarrollo se han confiado a la responsabilidad
de los hombres y a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad
civil y Estados. En particular, la sociedad civil asume un papel crucial en el
proceso de desarrollo, ya que el desarrollo es esencialmente un fenómeno
cultural y la cultura nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad
civil[13].
13. Como ya afirmó mi
venerado Predecesor Juan Pablo II, la globalización "se presenta con una marcada
nota de ambivalencia"[14] y, por tanto, ha de ser regida con prudente sabiduría.
De esta sabiduría, forma parte el tener en cuenta en primer lugar las exigencias
de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la desproporción existente
entre los problemas de la pobreza y las medidas que los hombres adoptan para
afrontarlos. La desproporción es de orden cultural y político, así como
espiritual y moral. En efecto, se limita a menudo a las causas superficiales e
instrumentales de la pobreza, sin referirse a las que están en el corazón
humano, como la avidez y la estrechez de miras. Los problemas del desarrollo, de
las ayudas y de la cooperación internacional se afrontan a veces como meras
cuestiones técnicas, que se agotan en establecer estructuras, poner a punto
acuerdos sobre precios y cuotas, en asignar subvenciones anónimas, sin que las
personas se involucren verdaderamente. En cambio, la lucha contra la pobreza
necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean
capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un
auténtico desarrollo humano.
Conclusión
14. En la Encíclica
Centesimus annus, Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de "abandonar una
mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como
molestos e importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido". "Los
pobres –escribe– exigen el derecho de participar y gozar de los bienes
materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo
más justo y más próspero para todos"[15]. En el mundo global actual, aparece con
mayor claridad que solamente se construye la paz si se asegura la posibilidad de
un crecimiento razonable. En efecto, las tergiversaciones de los sistemas
injustos antes o después pasan factura a todos. Por tanto, únicamente la necedad
puede inducir a construir una casa dorada, pero rodeada del desierto o la
degradación. Por sí sola, la globalización es incapaz de construir la paz, más
aún, genera en muchos casos divisiones y conflictos. La globalización pone de
manifiesto más bien una necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo de
profunda solidaridad, que tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido,
hay que verla como una ocasión propicia para realizar algo importante en la
lucha contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz
recursos hasta ahora impensables.
15. La Doctrina Social de la
Iglesia se ha interesado siempre por los pobres. En tiempos de la Encíclica
Rerum novarum, éstos eran sobre todo los obreros de la nueva sociedad
industrial; en el magisterio social de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y
Juan Pablo II se han detectado nuevas pobrezas a medida que el horizonte de la
cuestión social se ampliaba, hasta adquirir dimensiones mundiales[16]. Esta
ampliación de la cuestión social hacia la globalidad hay que considerarla no
sólo en el sentido de una extensión cuantitativa, sino también como una
profundización cualitativa en el hombre y en las necesidades de la familia
humana. Por eso la Iglesia, a la vez que sigue con atención los actuales
fenómenos de la globalización y su incidencia en las pobrezas humanas, señala
nuevos aspectos de la cuestión social, no sólo en extensión, sino también en
profundidad, en cuanto conciernen a la identidad del hombre y su relación con
Dios. Son principios de la doctrina social que tienden a clarificar las
relaciones entre pobreza y globalización, y a orientar la acción hacia la
construcción de la paz. Entre estos principios conviene recordar aquí, de modo
particular, el "amor preferencial por los pobres"[17], a la luz del primado de
la caridad, atestiguado por toda la tradición cristiana, comenzando por la de la
Iglesia primitiva (cf. Hch 4,32-36; 1 Co 16,1; 2 Co 8-9; Ga 2,10).
"Que se ciña cada cual a la
parte que le corresponde", escribía León XIII en 1891, añadiendo: "Por lo que
respecta a la Iglesia, nunca ni bajo ningún aspecto regateará su esfuerzo"[18].
Esta convicción acompaña también hoy el quehacer de la Iglesia para con los
pobres, en los cuales contempla a Cristo[19], sintiendo cómo resuena en su
corazón el mandato del Príncipe de la paz a los Apóstoles: "Vos date illis
manducare – dadles vosotros de comer" (Lc 9,13). Así pues, fiel a esta
exhortación de su Señor, la comunidad cristiana no dejará de asegurar a toda la
familia humana su apoyo a las iniciativas de una solidaridad creativa, no sólo
para distribuir lo superfluo, sino cambiando "sobre todo los estilos de vida,
los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder
que rigen hoy la sociedad"[20]. Por consiguiente, dirijo al comienzo de un año
nuevo una calurosa invitación a cada discípulo de Cristo, así como a toda
persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las necesidades de
los pobres, haciendo cuanto le sea concretamente posible para salir a su
encuentro. En efecto, sigue siendo incontestablemente verdadero el axioma según
el cual "combatir la pobreza es construir la paz".
Vaticano, 8 de diciembre de
2008
BENEDICTUS PP. XVI
[1] Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz de 1993, 1.
[2] Pablo VI, Carta enc.
Populorum progressio, 19.
[3] Juan Pablo II, Carta enc.
Sollicitudo rei socialis, 28.
[4] Juan Pablo II, Carta enc.
Centesimus annus, 38.
[5] Cf. Pablo VI, Carta enc.
Populorum progressio, 37; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis,
25.
[6] Carta al Cardenal Renato
Rafael Martino con ocasión del Seminario Internacional organizado por el Consejo
Pontificio para la Justicia y la Paz sobre el tema ‘‘Desarme, desarrollo y paz.
Perspectivas para un desarme integral''(10 abril 2008): L'Osservatore Romano,
ed. en lengua española (18 abril 2008), p. 3.
[7] Carta enc. Populorum
progressio, 87.
[8] Juan Pablo II, Carta enc.
Centesimus annus, 58.
[9] Juan Pablo II, Discurso a
las asociaciones cristianas de trabajadores italianos (27 abril 2002), n. 4:
L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (10 mayo 2002), p. 10.
[10] Juan Pablo II, Discurso
a la Asamblea plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias sociales (27 abril
2001), n. 4: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (11 mayo 2001), p. 4.
[11] Concilio Vaticano II,
Const. dogm. Lumen gentium, 1.
[12] Cf. Consejo Pontificio
para la Justicia y la Paz, Discurso a empresarios y sindicatos de trabajadores,
368.
[13] Cf. ibíd., 356.
[14] Discurso a empresarios y
sindicatos de trabajadores (2 mayo 2000), n. 3: L'Osservatore Romano, ed. en
lengua española (5 mayo 2000), p. 7.
[15] Juan Pablo II, Carta
enc. Centesimus annus, 28.
[16] Cf. Pablo VI, Carta enc.
Populorum progressio, 3.
[17] Juan Pablo II, Carta
enc. Sollicitudo rei socialis, 42; Cf. Id. Carta enc. Centesimus annus, 57.
[18] León XIII, Carta enc.
Rerum novarum, 41.
[19] Cf. Juan Pablo II, Carta
enc. Centesimus annus, 58.
[20] Ibíd.
BENEDICTUS PP XVI
.