Se celebró en todo el mundo el 11 de febrero. En
la Argentina se celebrará el próximo 11 de noviembre.
Queridos hermanos y hermanas:
El
11 de febrero de 2007, día en que la Iglesia celebra la memoria litúrgica de
Nuestra Señora de Lourdes, tendrá lugar en Seúl, Corea, la XV Jornada mundial
del enfermo. Se llevarán a cabo una serie de encuentros, conferencias, asambleas
pastorales y celebraciones litúrgicas con representantes de la Iglesia en Corea,
con el personal de la asistencia sanitaria, así como con los enfermos y sus
familias.
Una vez más la Iglesia vuelve sus ojos a quienes sufren y llama la atención
hacia los enfermos incurables, muchos de los cuales están muriendo a causa de
enfermedades terminales. Se encuentran presentes en todos los continentes,
particularmente en los lugares donde la pobreza y las privaciones causan miseria
y dolor inmensos. Consciente de estos sufrimientos, estaré espiritualmente
presente en la Jornada mundial del enfermo, unido a los participantes, que
discutirán sobre la plaga de las enfermedades incurables en nuestro mundo, y
alentando los esfuerzos de las comunidades cristianas en su testimonio de la
ternura y la misericordia del Señor.
La
enfermedad conlleva inevitablemente un momento de crisis y de seria
confrontación con la situación personal. Los avances de las ciencias médicas
proporcionan a menudo los medios necesarios para afrontar este desafío, por lo
menos con respecto a los aspectos físicos. Sin embargo, la vida humana tiene sus
límites intrínsecos, y tarde o temprano termina con la muerte. Esta es una
experiencia a la que todo ser humano está llamado, y para la cual debe estar
preparado.
A
pesar de los avances de la ciencia, no se puede encontrar una curación para
todas las enfermedades; por consiguiente, en los hospitales, en los hospicios y
en los hogares de todo el mundo nos encontramos con el sufrimiento de numerosos
hermanos nuestros enfermos incurables y a menudo en fase terminal. Además,
muchos millones de personas en el mundo viven aún en condiciones insalubres y no
tienen acceso a los recursos médicos necesarios, a menudo del tipo más básico,
con el resultado de que ha aumentado notablemente el número de seres humanos
considerados "incurables".
La
Iglesia desea apoyar a los enfermos incurables y en fase terminal reclamando
políticas sociales justas que ayuden a eliminar las causas de muchas
enfermedades e instando a prestar una mejor asistencia a los moribundos y a los
que no pueden recibir atención médica. Es necesario promover políticas que creen
condiciones que permitan a las personas sobrellevar incluso las enfermedades
incurables y afrontar la muerte de una manera digna. Al respecto, conviene
destacar una vez más la necesidad de aumentar el número de los centros de
cuidados paliativos que proporcionen una atención integral, ofreciendo a los
enfermos la asistencia humana y el acompañamiento espiritual que necesitan. Se
trata de un derecho que pertenece a todo ser humano y que todos debemos
comprometernos a defender.
Deseo apoyar los esfuerzos de quienes trabajan diariamente para garantizar que
los enfermos incurables y en fase terminal, juntamente con sus familias, reciban
una asistencia adecuada y afectuosa.
La
Iglesia, siguiendo el ejemplo del buen samaritano, ha mostrado siempre una
solicitud particular por los enfermos. A través de cada uno de sus miembros y de
sus instituciones, sigue estando al lado de los que sufren y de los moribundos,
tratando de preservar su dignidad en esos momentos tan significativos de la
existencia humana. Muchas de esas personas -profesionales de la asistencia
sanitaria, agentes pastorales y voluntarios- e instituciones en todo el mundo
sirven incansablemente a los enfermos, en hospitales y en unidades de cuidados
paliativos, en las calles de las ciudades, en proyectos de asistencia a
domicilio y en parroquias.
Ahora me dirijo a vosotros, queridos hermanos y hermanas que sufrís enfermedades
incurables y terminales. Os animo a contemplar los sufrimientos de Cristo
crucificado, y, en unión con él, a dirigiros al Padre con plena confianza en que
toda vida, y la vuestra en particular, está en sus manos. Confiad en que
vuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, resultarán fecundos para las
necesidades de la Iglesia y del mundo.
Pido al Señor que fortalezca vuestra fe en su amor, especialmente durante estas
pruebas que estáis afrontando. Espero que, dondequiera que estéis, encontréis
siempre el aliento y la fuerza espiritual necesarios para alimentar vuestra fe y
acercaros más al Padre de la vida. A través de sus sacerdotes y de sus agentes
pastorales, la Iglesia desea asistiros y estar a vuestro lado, ayudándoos en la
hora de la necesidad, haciendo presente así la misericordia amorosa de Cristo
hacia los que sufren.
Por último, pido a las comunidades eclesiales en todo el mundo, y
particularmente a las que se dedican al servicio de los enfermos, que, con la
ayuda de María, Salus infirmorum, sigan dando un testimonio eficaz de la
solicitud amorosa de Dios, nuestro Padre.
Que la santísima Virgen María, nuestra Madre, conforte a los que están enfermos
y sostenga a todos los que han consagrado su vida, como buenos samaritanos, a
curar las heridas físicas y espirituales de quienes sufren. Unido a cada uno de
vosotros con el pensamiento y la oración, os imparto de corazón mi bendición
apostólica como prenda de fortaleza y paz en el Señor.
Vaticano, 8 de diciembre de 2006
Benedicto XVI
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