Artículo
de Mons. Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú, publicado en el diario La Nación
de Buenos Aires el miércoles 9 de diciembre de 2009.
Separados por 20 años y
un mes, ambos acontecimientos, la caída del Muro de Berlín y la
Cumbre de Copenhague, están unidos casi como causa y efecto. El 9 de
noviembre de 1989 se procedió a derrumbar el Muro de Berlín. Y, ante
los ojos de un mundo necesitado de algo que todavía no ponía en
palabras, aquel suceso tuvo consecuencias contrastantes. Se empezaba
a poner fin a décadas de libertades avasalladas, persecuciones,
cárcel y hasta muerte para quien pensara diferente. La caída del
Muro era signo de la caída de la experiencia marxista. Su fracaso.
Pronto se comenzaron a
reconstruir nacionalidades, familias, pueblos. Algunos pudieron
simplemente cruzar una calle y así recomponer sus lazos afectivos.
Surgieron también expectativas de cambios en la humanidad. Aunque
por poco tiempo, emergieron sueños de paz universal, fin del hambre
y la pobreza: un mundo para todos, una sola familia humana. Al fin
nacieron las palabras para deseos tanto tiempo acallados.
La caída del Muro
también significó un golpe duro para las utopías y para las
ideologías, al abrir paso al pragmatismo político y económico. Y
también la debilidad y la inconsistencia de los regímenes marxistas
fueron leídas por algunos como un triunfo del capitalismo.
Los hechos se encargaron
de mostrar que muy pronto quedarían atrás los ideales de paz,
justicia y de una sola gran familia humana.
La aparición en el
escenario mundial de la arrogancia del neoliberalismo con aires
triunfadores, en lugar de hacer del mundo una aldea global, ha
procurado construir un gran mercado. Mejor dicho una gran boutique
en la que sólo puede pasearse y comprar una reducida porción de la
humanidad. El resto de la gran familia se reparte entre ferias
populares, mercados para pobres. En el peor de los casos, revuelve
entre las sobras y los residuos. Los fuertes han acordado pasar de
la ética del trabajo a la estética del consumo.
El papa Benedicto XVI lo
expresaba así en su encíclica: "La riqueza mundial crece en términos
absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países
ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas
pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo
de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo
inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora.
Se sigue produciendo el escándalo de las disparidades hirientes".
El modelo de vida no es
"pienso, luego existo", sino "consumo, luego existo". Y surge el
deseo desenfrenado de comprar-usar-tirar.
Más que libertad de
comercio hubo y hay hegemonía de los mercados. Para afianzar esta
dinámica, se instituyeron los tratados de "libre" comercio (TLC),
que buscaron más bien proteger al mercado interno de los EE.UU. y
garantizar las ventas de los productos elaborados por sus empresas y
las de vecinos amigos.
Esta hegemonía de
mentalidad mercantilista que promueve el hiperconsumo de algunos y
el hambre de inmensas mayorías ¿cómo se sostiene? Por una cultura
hedonista y egoísta. El clima narcisista imperante introduce la
indolencia ante el sufrimiento de muchos, mientras que el imperio de
la injusticia es sostenido con la prepotencia del dinero.
En estas dos décadas, se
ha expandido también un relativismo escéptico -que deriva en ironía
y en nihilismo- y tirano: despótico, sordo y ciego, pero no mudo. La
falta de cohesión social nos lleva por el tobogán de la
fragmentación, que alienta la disgregación y el individualismo,
mientras que casi sin darnos cuenta nos encierra en la soledad.
Pues bien: la hegemonía
del neoliberalismo, la sobreproducción de artículos innecesarios ha
llevado al uso de fuentes de energía más allá de lo sostenible. Toda
actividad humana requiere de energía para desarrollarla y ella se
obtiene actualmente sobre la base del petróleo y el desmonte, lo que
se traduce en emisiones de gases de efecto invernadero (CO2
principalmente), y éstos en calentamiento terrestre.
El consumo exacerbado,
casi lujurioso, se ha impuesto como único camino para sostener el
"desarrollo" de los países occidentales del Norte.
También aquí se percibe
la brecha cada vez más profunda entre pueblos pobres y pueblos
ricos. Queda esto graficado en los números de las Naciones Unidas:
un 25% de la población mundial consume (devora) el 80% de los
recursos naturales del planeta, muchos de los cuales son
no-renovables. Pensemos en una humanidad que estuviera formada por
mil habitantes, todos viviendo en un mismo barrio, tal cual lo
grafica la imagen de la aldea global. Imaginemos ahora que hay mil
platos de comida por día disponibles para la subsistencia de todos.
¿Cómo juzgaríamos si 250 habitantes se quedaran con 800 platos?
¿Cómo imaginamos que pueden sobrevivir los otros 750 habitantes con
los 200 platos que quedan? ¿Cuánto pensamos que puede durar la paz
en esa aldea?
Al estilo de vida de los
250 primeros es a lo que llamamos consumista y depredador. A la
situación de los otros 750 la llamamos de varias maneras: algunos
consumen medio plato, otros un cuarto y otros sólo migajas. ¿Vamos
sin eufemismos? Pobreza, hambre, desnutrición, muerte. ¿No es esto,
acaso, un muro de violencia?
El calentamiento
terrestre es resultado de un modelo social, cultural y económico que
ya no va más y estamos en el límite del agotamiento. Un científico
lo expresaba con este ejemplo: el calentamiento de la tierra es como
la fiebre del cuerpo, que nos advierte que una perturbación mayor
del equilibrio interno está afectando la salud global; es decir,
estamos enfermos.
La reciente crisis
financiera y económica que provocó el derrumbe de los mercados
internacionales, las empresas y los bancos no es un problema
solamente de dinero. Es la crisis de un modelo sociocultural,
económico, neoliberal y consumista que habrá que reemplazar por otro
más racional, solidario y a medida humana, que incluya el cuidado de
la creación entera.
Del 7 al 18 de diciembre
en Copenhague se realizará la Cumbre del Clima. Es una conferencia
mundial impulsada por Naciones Unidas. Allí se intentará firmar otro
protocolo que reemplace al de Kyoto, que no llegó a ser suscripto
por algunos países industrializados, supuestamente más
desarrollados.
Esta cumbre constituye
una nueva oportunidad para revertir o mitigar los efectos del cambio
climático.
Los estudios científicos
son indiscutibles. Hay que hacer algo para detener el proceso. Los
efectos negativos del cambio climático son sufridos por los países
más pobres del planeta, aunque su origen es el modelo productivo de
los países más ricos. Revertir el cambio climático implica combatir
la pobreza, y viceversa. El hombre y el ambiente inseparables son
creación de Dios. El nos puso en el jardín para que lo cultivemos y
lo cuidemos.
Decía Joseph Stiglitz en
un reportaje: "Si tuviéramos mil planetas podríamos seguir con este
modelo de producción en este plantea y ver si resulta. Si nos
equivocamos, como cree el 99,9% de los científicos, podemos pasar al
planeta de al lado y listo. Pero no tenemos esa elección".
Tras la caída del Muro,
no todo ha sido beneficio para los países del Este y tampoco para
los del Sur. Entramos en la dinámica producción-consumo occidental y
se zanjó la herida mortal del calentamiento terrestre para el
planeta y para su gente. Con dolor para muchos, otros muros y
abismos se profundizaron como divisiones infranqueables. La frontera
entre Estados Unidos y México, entre Israel y Palestina son ejemplos
de que hoy los capitales y los intereses pueden circular sin
fronteras, pero las personas, no. Pero es el muro de la arrogante
ignorancia el peor de los ejemplos, que no deja ver la verdad de los
hechos.