Nombres ficticios para
historias reales
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Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú.
Hace un
tiempo, estuve conversando un rato largo con una muchacha llamada
Clarita, de unos 20 años de edad. Me contó su historia, su presente,
muy poco ──casi nada── de su futuro. En un momento que estimé
oportuno le aconsejé: “Mirá, vos sabés que te estás haciendo daño a
vos y a los que querés y te quieren. Si podés no te drogues. Si no
sabés qué hacer o no tenés fuerza, pedí ayuda”. Con un tono casi
derrotista me preguntó “¿dónde?”. Me quedé en silencio pensando una
respuesta, y antes que pudiera esbozar una palabra me dijo: “Ves que
a nadie le importo. No hay lugar para mí”.
Procuré
superar ese momento, seguir charlando, y de a poco fueron
apareciendo algunos nombres: una docente con quien tuvo buena onda
en la secundaria, una prima que es enfermera, el dueño de la
panadería en la cual trabaja, el pediatra que la atendió hace unos
años… Después, conversando un rato más, vimos que con alguna de
estas personas no iba a resultar, pero quedaron un par para hacer el
intento.
Para el
“con quién hablar” ya conseguimos. Pero nos faltaba el “dónde”
acudir para tratar de hacer un camino de sanación. Nos estaba
faltando una respuesta. Y me pregunté, ¿a quién le toca darla?
En otra
oportunidad conversé largo con Melina, de 15 años. Una historia de
vida (¿de vida?) muy dolorosa, plagada de abandonos, carencias
físicas y afectivas, mala alimentación, ausencia de cuidados de la
salud, problemas de aprendizaje y de conducta. No me sale abundar en
detalles. A los 10 años tomaba alcohol en la casa, y a los 11 empezó
a drogarse. A esa edad, pobre, sola, ya imaginamos cómo conseguía la
plata para comprar las drogas. Y de nuevo el consejo, y otra vez la
pregunta “¿A dónde voy?”, “¿a quién le importo?”.
Historias
parecidas son las de Osvaldo, Magdalena, Roberto, Juan Carlos… y
muchos nombres y rostros. No sabría decir si empezaron a consumir en
la infancia o adolescencia, si los expulsaron de la escuela, la
familia, el club… Los nombres son ficticios y las historias se
parecen a algunas experiencias concretas.
Tal vez
vos también te hiciste preguntas alguna vez. Yo sí me cuestioné en
muchas oportunidades. Te comento lo que fui encontrando y viendo.
En estas
historias y tantas otras hubo una cadena de fracasos. La familia, la
escuela, el municipio, la Provincia, el país, la catequesis, la
Iglesia, la salud, el club, los amigos… Tal vez la expresión
“fracaso” es demasiado fuerte. Digámoslo de este modo: no cumplieron
adecuadamente, plenamente con su función.
Volvamos,
entonces, a reformular la pregunta: “¿de quién es el problema?”.
Cada vez me convenzo más de que el problema es de todos. “¿Y la
solución?”. También de todos. Cierto es que hay diversos grados de
responsabilidad. El Estado (en sus distintos niveles) tiene la
obligación irrenunciable y primaria. Pero eso no nos exime a los
ciudadanos, organizaciones, comunidades de fe, a que hagamos lo que
esté a nuestro alcance (de verdad) para estrechar vínculos que
sostengan a otros.
Así
surgió el Hogar de Cristo en nuestra diócesis y en otros lugares del
país. Es una respuesta comunitaria de abordaje integral. El Cardenal
Bergoglio decía a los sacerdotes que comenzaron con esta experiencia
“hay que recibir la vida como viene”, mostrando que no hay que meter
a las personas en un molde, sino hacer camino desde su propio punto
de partida.
En el
Hogar de Cristo se da la hermosa conjunción de fuerzas de aquellos
que quieren dar pasos hacia la vida digna y los voluntarios que se
comprometen a no dejarlos solos en ese esfuerzo. También hay algunos
profesionales que aportan al camino desde la ciencia. La fuerza y el
empeño son comunitarios, y los logros y fracasos oscilan entre lo
personal y lo grupal. Repetimos: “el problema es de todos, la
solución también”.
Decimos
que el abordaje es “integral” porque para muchos la droga no es el
único ni el principal problema. Algunos, la última vez que
estuvieron en contacto con un médico fue en el momento de su
nacimiento. Para quienes llegan al Hogar hay un primer tiempo de
discernimiento para ver dónde estamos parados: chequeo médico, poner
en regla la documentación y mucho diálogo para conocer su vida. Poco
a poco se va dando una amistad fraterna que alienta a una vida más
plena.
El vacío
existencial, el sinsentido, la angustia, van cediendo en la medida
en que gana lugar la esperanza. No se les pide a todos lo mismo,
porque están en situaciones diversas. Sí se le alienta a que cada
uno haga todo el bien que le es posible. Sabemos que “un pequeño
paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a
Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días
sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el
consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra
misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas”.
(Papa Francisco, EG 44)
En muchos
lugares del país (y del mundo) somos testigos de hermosas historias
de sanación, de vida, de esperanza. Aun en los fracasos aparentes el
amor logra sembrar semillas de algo nuevo. Ningún gesto de amor es
inútil o estéril.
Gracias a
Dios van surgiendo varias propuestas de recuperación. El Cenáculo,
la Fazenda de la Esperanza, el Buen Samaritano, y tantos otros, que
surgen del compromiso de quienes no quieren quedar de brazos
cruzados. “A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún
resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto
empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un
espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra
propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida.
Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en
otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo
obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos
entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos.” (EG 279)
Si Dios nunca considera a nadie como un “caso perdido”, ¿podemos
hacerlo nosotros?
Hoy, en
el Hogar de Cristo Nazareth de la ciudad de Gualeguaychú comenzamos
una nueva etapa: construir una “casa amigable” que se llamará “El
Padre misericordioso”. Gracias al aporte económico de los feligreses
de las comunidades de la diócesis y de otros amigos ponemos manos a
la obra.
Cada 26
de Junio se realiza en el mundo la “Jornada para concientización de
lucha contra el narcotráfico y el consumo de drogas” instituida por
Naciones Unidas. Qué buena manera de adherir con compromiso.