Entre Ríos - Argentina

 
 

 

 

       

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Legislar como si Dios no existiera

Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

En estos meses se ha instalado en la Argentina el debate acerca del lugar jurídico que debe tener la relación de convivencia de personas del mismo sexo y las consecuencias acerca de la adopción.

Digamos que en este proyecto —aunque se diga que busca considerar los derechos de las minorías— también muestra un modelo de sociedad, de familia, de matrimonio para todos. Muestra qué es lo adecuado o inadecuado. La Ley no es inocua.

Ha habido en algunos casos manipulación del lenguaje, confusión de derechos individuales con necesidad de tal o cual marco jurídico. Se confunde lo parecido con lo igual. Y esas confusiones nos confunden a la hora de entender.

Lamentablemente también hubo quienes apelaron a la agresión verbal o los calificativos que buscan etiquetar para desacreditar. Tildar de trogloditas anacrónicos o discriminadores a quienes piensan distinto no hace bien a la democracia. No son así los más de 100 diputados que votaron en contra de este proyecto; ni los más de 100 que votaron a favor son necesariamente progresistas. Cierto es que hay debates que se realizan apasionadamente. Y eso está muy bueno. Tenemos derecho a afirmar una posición con pasión, pero no a descalificar a quien piensa distinto.

Es una pena que los debates con los Senadores y las Audiencias Públicas no se puedan realizar en todas las Provincias, como si hubiera algunas de primera y otras de segunda. En realidad, ciudadanos que no son escuchados y lugares en que no es posible expresar opinión de modo Institucional en Audiencias Públicas con los representantes elegidos por el pueblo local.

Otra reflexión merece la afirmación que algunos sostienen acerca del aspecto religioso del matrimonio.

Hay postulados religiosos que están en la raíz de la cultura de los pueblos. Así, por ejemplo, los mandamientos dados por Dios a Moisés no “rigen” sólo para los de religión judía. “No robar”, “no matar”, “no mentir”, “honrar a los padres”, no podemos decir que son exigibles solamente a quienes ven la Biblia como Libro Sagrado.

Algo semejante podemos decir de las incidencias sociales de las enseñanzas de Jesús en los Evangelios. Somos hermanos, y no sólo de los Argentinos. Cuidamos de los frágiles, los pobres, los enfermos. Sabemos que la felicidad y el bien están en trabajar por la Paz y la Justicia.

Por eso, decir que el matrimonio como unión de varón y mujer es postulado religioso nos pone en riesgo de achicar la mirada.

Por otro lado; la sociedad Argentina —los ciudadanos— en más del 90% se manifiesta creyente en Dios. Legislar como si Dios no existiera es imponernos a todos un “ateísmo artificial”. Es obligar a que la sociedad se “disfrace” de no creyente para legislar. “Borrar a Dios” no nos hace más abiertos o más tolerantes o más “progres”. Y esto no significa promover la Teocracia.

Pensar de este modo no es perseguir, marginar o discriminar a quienes siendo de un mismo sexo conviven de modo estable. Si no deberíamos decir que la actual ley en debate no se propone discriminar a quienes viven su sexualidad de otro modo. Digámoslo así: ¿Por qué los contrayentes han de ser sólo 2? ¿Por qué no se llama también matrimonio a la relación entre más de dos contrayentes? ¿Por qué el proyecto no contempla que los contrayentes puedan ser hermanos del mismo o de diverso sexo? Cada tanto aparece en el cine o la TV alguna novela que muestra enamoramientos entre hermano-hermana o padre-hija. Estos ejemplos los propongo con todo respeto, ya que sé que hay algunos que viven o buscan vivir de ese modo. Sin embargo, no dicen que son discriminados al no poder ser contrayentes de matrimonio.

También es bueno preguntarse si este debate es oportuno en este tiempo. Sé que esto ya es una cuestión de ponderación o valoración, pero no obstante, me permito expresarlo. Me gustaría estar asistiendo al debate de otros grandes temas que afectan los derechos de muchos o de minorías también postergadas: la pobreza y exclusión social, la desnutrición infantil —en Argentina la mitad de los pobres son niños, ¡y la mitad de los niños son pobres!—; la droga, la corrupción, la violencia, la fuga de capitales, el trabajo en negro, el déficit de vivienda; crisis pesquera, protección de glaciares y bosques, minería… Cuánta urgencia hay en las comunidades aborígenes discriminadas por el difícil acceso a los títulos de la tierra. Estos temas son más abarcativos de situaciones de angustia para muchos grupos sociales que ven vulnerados sus derechos. ¿No deberían ser prioritarios en el debate legislativo?

No estoy diciendo que haya minorías cuyos derechos deban ser tutelados y otras a las que no. Pero el Estado, desde su posición privilegiada que le permite entendernos, abarcarnos y proyectarnos como sociedad, tiene la obligación de hacer su mejor esfuerzo para optimizar la fijación de prioridades.   

 

¿Y la adopción?

Mucho se ha dicho también acerca del deseo de rescatar a los chicos de la calle y niños de la pobreza.

Pues a quienes les interese la suerte de esos niños, se puede hacer algo por ellos ya. Existen y funcionan varias organizaciones —religiosas o no creyentes, para todas las opciones— que cotidianamente les visten, les dan de comer, procuran brindarles un hogar.

Los “chicos de la calle” no son de la calle, son de alguien; en realidad tienen familia. Pero son muy pobres, o están desarticuladas, o los tratan con violencia. Ellos no quieren ser adoptados ni por homosexuales ni heterosexuales. Quieren el cariño de sus papás y hermanos, y un techo seguro. Tranquilamente pueden apadrinarles con ternura y cariño sin necesidad de adopción. Nuevamente es cuestión de ensanchar la mirada.

Es importante insistir que siempre se ha de buscar el bien del niño a adoptar y no colocar por encima la necesidad del adoptante. Proponer el argumento de que una persona tiene gran capacidad de cariño y necesita expresarlo, es partir del punto equivocado.

Además, uno de los importantes aportes del siglo XX ha sido el desarrollo de la psicología. Sigmund  Freud y otros autores han destacado en la psicología evolutiva la necesidad de la identificación sexual con el papá y la mamá, el mecanismo de transferencia, el complejo de Edipo… El bien del niño o niña, esto es, su desarrollo y maduración, necesitan del papá varón y la mamá mujer.

Hablando de adopción, nuestros legisladores deberían replantear el marco legal actual.

Hay muchas familias anotadas hace años y no pasa nada por los caminos legales habituales. Eso sí, aparecen “mercados negros” que ofrecen solución por unos pesos engañando a la mamá biológica.

Tomemos el mapa del mundo. Miremos a otros países. Estas cuestiones les ha llevado años de debates, consensos, búsquedas de alternativas diversas. Son muy pocos —poquísimos— los que han optado por este tipo de legislación y no por eso son discriminatorios. Ha habido hace pocos días un fallo de la Corte Europea de Derechos Humanos determinando que no cometen discriminación los Estados que no autorizan el matrimonio entre personas del mismo sexo.

En nuestra Cámara de Diputados el proyecto contó con 126 votos a favor, 109 en contra y 5 abstenciones. Se prevé que en el Senado la votación será también muy pareja. Para un cambio tan importante en la vida de las familias, ¿son suficientes dos o tres votos de diferencia? ¿No será conveniente acudir a un plebiscito? ¿No será la hora de escuchar a todo el pueblo argentino?

Es para pensarlo.

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