En estos meses se ha instalado en
la Argentina el debate acerca del lugar jurídico
que debe tener la relación de convivencia de
personas del mismo sexo y las consecuencias
acerca de la adopción.
Digamos que en este proyecto
—aunque se diga que busca considerar los
derechos de las minorías— también muestra un
modelo de sociedad, de familia, de matrimonio
para todos. Muestra qué es lo adecuado o
inadecuado. La Ley no es inocua.
Ha habido en algunos casos
manipulación del lenguaje, confusión de derechos
individuales con necesidad de tal o cual marco
jurídico. Se confunde lo parecido con lo igual.
Y esas confusiones nos confunden a la hora de
entender.
Lamentablemente también hubo
quienes apelaron a la agresión verbal o los
calificativos que buscan etiquetar para
desacreditar. Tildar de trogloditas anacrónicos
o discriminadores a quienes piensan distinto no
hace bien a la democracia. No son así los más de
100 diputados que votaron en contra de este
proyecto; ni los más de 100 que votaron a favor
son necesariamente progresistas. Cierto es que
hay debates que se realizan apasionadamente. Y
eso está muy bueno. Tenemos derecho a afirmar
una posición con pasión, pero no a descalificar
a quien piensa distinto.
Es una pena que los debates con
los Senadores y las Audiencias Públicas no se
puedan realizar en todas las Provincias, como si
hubiera algunas de primera y otras de segunda.
En realidad, ciudadanos que no son escuchados y
lugares en que no es posible expresar opinión de
modo Institucional en Audiencias Públicas con
los representantes elegidos por el pueblo local.
Otra reflexión merece la
afirmación que algunos sostienen acerca del
aspecto religioso del matrimonio.
Hay postulados religiosos que
están en la raíz de la cultura de los pueblos.
Así, por ejemplo, los mandamientos dados por
Dios a Moisés no “rigen” sólo para los de
religión judía. “No robar”, “no matar”, “no
mentir”, “honrar a los padres”, no podemos decir
que son exigibles solamente a quienes ven la
Biblia como Libro Sagrado.
Algo semejante podemos decir de
las incidencias sociales de las enseñanzas de
Jesús en los Evangelios. Somos hermanos, y no
sólo de los Argentinos. Cuidamos de los
frágiles, los pobres, los enfermos. Sabemos que
la felicidad y el bien están en trabajar por la
Paz y la Justicia.
Por eso, decir que el matrimonio
como unión de varón y mujer es postulado
religioso nos pone en riesgo de achicar la
mirada.
Por otro lado; la sociedad
Argentina —los ciudadanos— en más del 90% se
manifiesta creyente en Dios. Legislar como si
Dios no existiera es imponernos a todos un
“ateísmo artificial”. Es obligar a que la
sociedad se “disfrace” de no creyente para
legislar. “Borrar a Dios” no nos hace más
abiertos o más tolerantes o más “progres”. Y
esto no significa promover la Teocracia.
Pensar de este modo no es
perseguir, marginar o discriminar a quienes
siendo de un mismo sexo conviven de modo
estable. Si no deberíamos decir que la actual
ley en debate no se propone discriminar a
quienes viven su sexualidad de otro modo.
Digámoslo así: ¿Por qué los contrayentes han de
ser sólo 2? ¿Por qué no se llama también
matrimonio a la relación entre más de dos
contrayentes? ¿Por qué el proyecto no contempla
que los contrayentes puedan ser hermanos del
mismo o de diverso sexo? Cada tanto aparece en
el cine o la TV alguna novela que muestra
enamoramientos entre hermano-hermana o
padre-hija. Estos ejemplos los propongo con todo
respeto, ya que sé que hay algunos que viven o
buscan vivir de ese modo. Sin embargo, no dicen
que son discriminados al no poder ser
contrayentes de matrimonio.
También es bueno preguntarse si
este debate es oportuno en este tiempo. Sé que
esto ya es una cuestión de ponderación o
valoración, pero no obstante, me permito
expresarlo. Me gustaría estar asistiendo al
debate de otros grandes temas que afectan los
derechos de muchos o de minorías también
postergadas: la pobreza y exclusión social, la
desnutrición infantil —en Argentina la mitad de
los pobres son niños, ¡y la mitad de los niños
son pobres!—; la droga, la corrupción, la
violencia, la fuga de capitales, el trabajo en
negro, el déficit de vivienda; crisis pesquera,
protección de glaciares y bosques, minería…
Cuánta urgencia hay en las comunidades
aborígenes discriminadas por el difícil acceso a
los títulos de la tierra. Estos temas son más
abarcativos de situaciones de angustia para
muchos grupos sociales que ven vulnerados sus
derechos. ¿No deberían ser prioritarios en el
debate legislativo?
No estoy diciendo que haya
minorías cuyos derechos deban ser tutelados y
otras a las que no. Pero el Estado, desde su
posición privilegiada que le permite
entendernos, abarcarnos y proyectarnos como
sociedad, tiene la obligación de hacer su mejor
esfuerzo para optimizar la fijación de
prioridades.
¿Y la adopción?
Mucho se ha dicho también acerca
del deseo de rescatar a los chicos de la calle y
niños de la pobreza.
Pues a quienes les interese la
suerte de esos niños, se puede hacer algo por
ellos ya. Existen y funcionan varias
organizaciones —religiosas o no creyentes, para
todas las opciones— que cotidianamente les
visten, les dan de comer, procuran brindarles un
hogar.
Los “chicos de la calle” no son
de la calle, son de alguien; en realidad tienen
familia. Pero son muy pobres, o están
desarticuladas, o los tratan con violencia.
Ellos no quieren ser adoptados ni por
homosexuales ni heterosexuales. Quieren el
cariño de sus papás y hermanos, y un techo
seguro. Tranquilamente pueden apadrinarles con
ternura y cariño sin necesidad de adopción.
Nuevamente es cuestión de ensanchar la mirada.
Es importante insistir que
siempre se ha de buscar el bien del niño a
adoptar y no colocar por encima la necesidad del
adoptante. Proponer el argumento de que una
persona tiene gran capacidad de cariño y
necesita expresarlo, es partir del punto
equivocado.
Además, uno de los importantes
aportes del siglo XX ha sido el desarrollo de la
psicología. Sigmund Freud y otros autores han
destacado en la psicología evolutiva la
necesidad de la identificación sexual con el
papá y la mamá, el mecanismo de transferencia,
el complejo de Edipo… El bien del niño o niña,
esto es, su desarrollo y maduración, necesitan
del papá varón y la mamá mujer.
Hablando de adopción, nuestros
legisladores deberían replantear el marco legal
actual.
Hay muchas familias anotadas hace
años y no pasa nada por los caminos legales
habituales. Eso sí, aparecen “mercados negros”
que ofrecen solución por unos pesos engañando a
la mamá biológica.
Tomemos el mapa del mundo.
Miremos a otros países. Estas cuestiones les ha
llevado años de debates, consensos, búsquedas de
alternativas diversas. Son muy pocos
—poquísimos— los que han optado por este tipo de
legislación y no por eso son discriminatorios.
Ha habido hace pocos días un fallo de la Corte
Europea de Derechos Humanos determinando que no
cometen discriminación los Estados que no
autorizan el matrimonio entre personas del mismo
sexo.
En nuestra Cámara de Diputados el
proyecto contó con 126 votos a favor, 109 en
contra y 5 abstenciones. Se prevé que en el
Senado la votación será también muy pareja. Para
un cambio tan importante en la vida de las
familias, ¿son suficientes dos o tres votos de
diferencia? ¿No será conveniente acudir a un
plebiscito? ¿No será la hora de escuchar a todo
el pueblo argentino?
Es para pensarlo.